Saturday 24 January 2015

La guerra que sí cambió todo

By Roger Senserrichpolitikon.es

Es curioso que la Gran Guerra, de todos los conflictos bélicos recientes, sea el que se lleve más a menudo el calificativo de “guerra inútil”. Supongo que los poetas de esos años (Owen, Brooke, Thomas, Housman…) y los expresionistas alemanes (Dix, Grosz, Kirchner)  algo tendrán que ver. Se habla de los campos de amapolas de Flandes, la generación perdida, Blackadder saltando fuera de la trinchera y perdiéndose entre la bruma; nueve millones de muertos que no cambiaron nada. Quizás eso sea cierto en el frente occidental para franceses e ingleses (al menos en apariencia; nunca nadie parece querer imaginar qué hubiera hecho una Alemania victoriosa). Desde luego no es así para los belgas, pero nunca nadie se acuerda de ellos.
Donde  la idea de guerra inútil es completa y totalmente errónea es en el frente oriental. De 1914 a 1918 la fuerza de las armas produjo la caída del régimen político alemán, la desintegración del Imperio Austríaco, un cambio radical en las fronteras de los Balcanes, una  expansión territorial italiana y la caída definitiva del viejo Imperio Otomano; y eso sin mirar cambios fuera de Europa. Polonia ni siquiera existía antes de la guerra; para los patriotas polacos de Lviv (o al menos, los patriotas más machacas) la Primera Guerra Mundial fue un conflicto que sirvió para algo, sin duda alguna.
Galitzia, en los últimos 100 años, ha sido Austríaca, Polaca, Soviética, Ucrania y Dios-sabe-qué es ahora. No parece que la caída de los viejos imperios haya hecho gran cosa para hacer la vida en esa región del mundo mucho más tranquila. No soy un experto en Ucrania; no me voy a meter a hablar sobre Yanukovich, Putin, la gloriosamente efectiva diplomacia europea o sobre dónde puede acabar este conflicto. No lo sé. Al leer las noticias sobre los disturbios estos días, sin embargo, y ver el nombre de Lviv aparecer en un rincón, no puede evitar recordar lo artificiosas que son las fronteras a veces, y lo increíblemente tozuda que llega a ser la historia.
El fantasma de la Gran Guerra sigue ahí, ciertamente. Cien años después.

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